jueves, junio 02, 2005

+-+-+ Colmillos de Leche +-+-+ By EMMY

Mamá se desplomó a los pies de Brian. Sólo una vez en su vida esa mujer estuvo tan pálida hacia ocho años, el día en que el pequeñuelo nació y ella experimentaba la peor fase de anemia. Brian sonrió, se limpio los labios con la manga de su pijama estampada de crucifijos y plantó un besito juguetón en la mano muerta de mamá. Cuando la extremidad blanquísima azotó en el piso, lo hizo también la pistola que Brian sostenía entre sus dedos. Como ya no había tiros en ella, no se disparó. Pero aún humeaba el cañón.

Se acomodó la bata y se asomó por la ventana. No recordaba en que momento había oscurecido, pero la negrura lo invadía todo. Parecía que a Dios se le hubiera derramado un frasco de tinta sobre el escritorio cuando redactaba la Historia. Por alguna razón, el niño se sentía sumamente contento. Se pasó una mano por el rostro, y palpó divertido el hoyuelo que tenía en mitad de la frente. Le dieron ganas de meterse un dedo y lo hizo, pero no alcanzó el cerebro.

Era extraño sentir tanta felicidad invadiéndolo. Apenas en la mañana Brian había llorado lo suficiente para llenar tres cubetas hasta que se “rebalsaran”. Mamá y papá habían discutido de nuevo y otra vez se lanzaron objetos el uno al otro. Fue cuando el niño decidió hacerlo y entró en la recámara de sus padres. Esculcó los cajones hasta encontrar lo que buscaba y después regresó a llorar a su propio cuarto otras tres cubetas de lágrimas. En la planta baja de la casa había terminado el pleito después de oírse un portazo y el arrancón de un auto.

Pero ahora, mientras Brian alcanzaba un pie por encima del cuerpo inerte de aquella mujer que le dio la vida mientras arriesgaba la propia en la empresa, Brian no podía quitarse esa maravillosa sonrisa del rostro, la misma sonrisa que jaloneaba sus mejillas por los extremos.

Tenía mucha hambre. En otras circunstancias, le habría pedido una torta de atún a mamá. Con mucha catsup, pero sería en otras circunstancias. Ah, Mamá… si ella no tuviera esa sangre tan aguada, sin sabor y sin cuerpo, él no sentiría que sus tripas quisieran salir de su vientre en medio de tanto rugido. Dejó vacía a la mujer y Brian aún tenía hambre.

Miró por la ventana, contemplando el anillo dorado que estaba colgando en el cielo tan negro. Tal vez Dios hoy se había comprometido. Brian supo que algo extraño ocurría con su cuerpo y no era el Anuncio de la adolescencia. Un misterio cambió operaba en él y de eso no cabía duda. El hambre y la sonrisa, si claro, eso era. Cinco minutos atrás, cuando mamá entró en el cuarto asustada por el sonido de una detonación, Brian no sonreía ni pensaba en correr. Sostenía la pistola de papá contra su propia cabeza, con los ojos apretados. Mamá había gritado que no. Pero fue tarde. Su hijo se pegó un tiro antes de que ella abriera la puerta de la habitación. El agujero en la frente de Brian era la prueba irrefutable de que la bala había penetrado. La cabecita humeaba igual que el ojo del arma. Un hilito de sangre espesa, muy tibia, se había escurrido desde la frente de Brian hasta sus labios. La lengüita rosada la saboreó. Mamá lo miraba estupefacta. No se resistió cuando su hijo se acercó a ella y tomarla de la mano. Brian sujetó la mano blanquísima y en un santiamén había vaciado cada vena de su madre, hundiéndole sus filosos dientes de leche. Ahora ella yacía a los pies de su hijo con la carne de las muñecas desgarradas. Pero esa sangre aguada, sin cuerpo, no servía para satisfacer el apetito de un vampiro recién nacido. Otra cosa extraña inquietaba a Brian; ya era de noche, aunque el balazo lo había propinado a melodía.

El tiempo transcurrió veloz, imaginaba. Papá volvería en cualquier momento con un ramo de flores y dispuesto a pedir perdón a mamá. Hasta la próxima pelea, como siempre. Pero esta vez Brian lo estaría esperando junto al cadáver de su madre, fingiendo llorar. Colocaría la pistola en la mano de la mujer. Así, cuando papá apoyara su palma áspera en el hombro del chico para confortarlo por que “Mamita se había suicidado, harta de las peleas”, Brian giraría la cabeza y le hincaría los dientes a su padre para dejarlo sin una gota. Su sangre sí prometía ser un bocado apetitoso, no como aquella que circuló tantos años por el anémico cuerpo de mamá. Las orejas del niño se irguieron como las de un perro de caza.

Brian escucho un auto deteniéndose frente a la casa, luego oyó un portazo. Un par de pies subió apresuradamente las escaleras. Percibió el estrujar del papel celofán que envolvía una decena de sosas rojas. Rápidamente, el niño se inclinó junto al cadáver de su madre y ensayó unos pujidos lastimeros de “oh, oh …” Ya saboreaba la sangre de papá y se relamía los bigotes. Luego todo se puso blanquísimo, como borrado por la goma de Dios: Brian parpadeó y no supo más. Cuando el padre entró en la habitación encontró el cuerpo sin vida de su esposa y en su mano, el revolver que solía guardar en
su cajón. Aún humeaba por el cañón. Junto al cadáver, localizó un puñado de ceniza gris, correspondiente a un pequeño vampiro que no supo que debía ocultarse cuando concluyera el breve eclipse de sol registrado aquella mañana…


BABY VAMPIRE

3 comentarios:

OdinGhost dijo...

Muy bueno!!! Macabramente divertido!!!
Muy bien por emmy.
Saludos

Dra. Kleine dijo...

wuoooooooooooooo
wuooooooooooooooo
doble wuoooo

David Morán dijo...

Muy interesante relato, ante todo por el suspenso que se le imprime desde el principio y las piezas sujetivas que, al final, encajan mágicamente.

Saludos